Friday, October 12, 2007


DISCURSO CENA DEL RECUERDO, PRONUNCIADO POR EL EX ALUMNO MOISES CAÑAS.

En primer Lugar deseo agradecer muy sinceramente a aquellos hombres que gracias a su esfuerzo desinteresado y tan loable han hecho posible esta espléndida reunión.

Muy estimados ex compañeros, distinguidas señoras que nos acompañan.

Quien les habla ha tenido la fortuna de conocer a la Madre de éste, nuestro querido Liceo; y cuando se conoce a la Madre se conoce y comprende mejor a su creatura.

Sin duda estamos viviendo en estos instantes un espacio-tiempo diferente de nuestra cotidianidad; se trata de un espacio-tiempo fuerte, lleno de significaciones y de recuerdos notables, es un espacio-tiempo sagrado y digo sagrado pues lo sagrado es todo aquello que tiene para un ser humano una significación trascendente, llena de valores y de principios que fueron la materia prima de nuestra formación de hombres libres, iguales y fraternos; libres de dogmas y de prejuicios que solo nublan la razón y el pensamiento; iguales, pues fuimos formados con los principios republicanos y esencialmente democráticos y fraternos pues nuestros maestros grabaron en nuestra personalidad valores como la solidaridad y la justicia social, pilares fundamentales sobre los cuales se basa la paz social y la tolerancia, tan necesarias para construir un mundo mejor.

Podemos comprender lo que este liceo fue para nosotros solo cuando proyectamos La formación aquí recibida de parte de aquellos ilustres ciudadanos, verdaderos constructores de hombres. Baste sólo mencionar que de cada sexto llegaban a formarse varios profesionales altamente calificados de diversas especialidades gracias a la sólida formación científica-humanista e iluminada por los principios del laicismo que aquí se nos brindó.

Cómo no agradecer la obra constructiva de aquellos maestros de la docencia; sin duda debemos sentirnos privilegiados y agradecidos no sólo por haber estudiado gratuitamente sino además por haber tenido la suerte de que nuestros padres hayan escogido para nosotros este establecimiento.

Quisiera sólo recordar a dos personajes tan queridos, entre tantos otros: el uno un hombre humilde y sencillo que hacía del toque de campana un verdadero ritual de apertura y de cierre de nuestros trabajos liceanos; y aquel otro de gran estatura y corpulencia y que sin siquiera abrir la boca, con su sola presencia era capaz de llamar al orden y a la disciplina férrea a cientos de terribles viriles muchachos.

Pero podríamos preguntarnos porqué este Liceo fue para nosotros lo que realmente ha sido, porqué razón después de 30, 40, 50 o más años nos hemos dado cita el día de hoy con el objeto de recordar nuestra estancia en él.

Probablemente podamos explicarnos en parte esto, si recordamos la figura de aquel Ilustre y Venerable ciudadano cuyo nombre lleva

este Liceo.

Permítanme leer una breve biografía

"Eduardo de la Barra Lastarria, hijo de Don Jose Maria de la Barra y Lopez Villaseñor y de Juana Lastarria y Munizaga nació en la ciudad de Santiago de Chile ,el día 9 de febrero de 1839, en la calel Santo Domingo Nº 79.

La muerte prematura de su madre le obligo a trasladarse a la Serena, donde su abuela materna. A los catorce años viaja a Valparaíso ingresando a los colegios Goldfinch y Blum en donde se impregna de la cultura inglesa y, particularmente, de su rica tradición literaria. Mas tarde, ingresa al Instituto Nacional a estudia derecho, carrera que deja inconclusa para prepararse en matemáticas, titulándose, finalmente como agrimensor.

Fue un hombre polifacético por excelencia, destacándose en el ambiente cultural del Valparaiso de Fines del siglo XIX. Sobresalió entre otras actividades, como polígrafo, escritor, poeta, profesor,lingüista y político.

(cita continúa en siguiente artículo)



Sin embargo, su tarea principal la tuvo en la docencia y su obra maestra fue el Liceo de Valparaíso, que actualmente lleva su nombre. Durante su rectoría aglutino un conjunto de profesores, escritores, poetas, artistas y periodistas, logrando transformar este liceo en uno de los grandes centros culturales de Valparaíso. Una fraternal acogida le brindó a Rubén Darío, al arribar a Valparaíso, siendo éste un poeta pobre y desconocido. Lo estimuló y lo impulso a editar Azul, con prologo suyo. Este libro proyectó al modernismo en el mundo de habla hispana. Entre otras importantes actividades docentes en el año 1878, Eduardo de la Barra, junto a un grupo de personalidades porteñas, creó el Curso de Leyes, que fue el primer antecedente de la futura Escuela de Derecho del Puerto. Se desempeño también como profesor de la cátedra de Historia de la Literatura en el Instituto Nacional (1876), profesor de Matemáticas en la Escuela Militar, Rector del Colegio Nacional del Rosario de Buenos Aires y Visitador de los Colegios y Escuelas Normales de San Luís, Mendoza y San Juan.

Como escritor destacó por su manejo del lenguaje, su vena satírica, su finura en su poesía lírica, en sus leyendas y fabulas, en sus polémicos versos de circunstancia, en sus biografías, en sus traducciones, ensayos sobre literatura métrica y lingüística. Fue un verdadero maestro estudioso y profesional de la métrica, materia en la que llego a ser el mejor experto hispanoamericano de su tiempo.
Su erudición le valió ser nombrado miembro de la Real Academia Española.
Utilizo el seudónimo literario de Rubén Rubí y Martin Tinguiririca.









Entre sus obras litera­rias se destacan: "Poesía líri­ca", "Saludables advertencias a los verdaderos católicos y al clero
político","Francisco
Bilbao ante la sacristía", "El radicalismo en Chile", "El te­niente coronel Fray Luís Beltrán",
"Estudios sobre la cóle­
ra", "Las razas andinas", "Es­tudios sobre versificación castellana", "Rimas chilenas", "Nuevos
estudios sobre versi­
ficación castellana", "Proble­mas de fonética resueltos se­gún un nuevo método", "En­sayos filológicos
america­
nos", "El endecasílabo dactílico", "El problema de Los An­des", "Cuestión de límites", "Cartas de un senador de la
República
", "Restauración de la gesta del Cid", "Sistema acentual castellano", "Crítica filológica, examen y refuta­ción
de algunas teorías de D.
Federico Harisen", "El libro del niño", "Tratado de orto­grafía reformada", "Restauración del
Misterio de los Reyes Magos
", "Literatura arcai­ca", "Estudios críticos", "Las lenguas celto-latinas", "Odas de _Horacio",
"El embruja­
miento alemán", "El cantar de las hijas del Cid", "La crónica rimada de las cosas de Espa­ña", "El poema del Cid
re
construido sobre la base de la antigua gesta", "Espagírica de la lengua castellana", "Pá­ginas escogidas", etc.
Entre sus múltiples desem­
peños hay varios que no pue­den dejar de mencionarse, como son:
Jefe de Sección del
Ministerio de Hacienda (1864-1872), fundador del Cuerpo de Bomberos de Santiago, militante del
Partido Radical, Secretario de la Exposición Internacional (1875), Encar­
gado de Negocios en Uru­guay y delegado
chileno al Congreso Pedagógico de Montevideo (1882), fundador del Circulo de Amigos de las Letras y Miembro
Correspon
diente de la Real Academia Española de la Lengua.
Fallecio en Santiago de Chile, el dia 9 de abril de 1900, a la edad de 61 años.

"El Mercurio" de Valparaí­so, con motivo de su muerte, le dedicó su editorial, donde en parte expresa:
"Fue un
campeón del progreso inte­lectual de Chile y del afianza­miento de los principios de tolerancia y de justicia, que
baja a la tumba llevando sus sienes ceñidas con una rama' de laurel ganada en buena lid.
Sea ella un estímulo para la juventud que se levanta viva como Eduardo de la Barra, que consagrara toda su vida a cuanto
engrandece y dignifica
a la patria".
Justo reconocimiento ciudad
ano, que hoy, a más de cien años de su deceso, recorda­mos como ejemplo de un esti­lo
de vida digno de emular.



Eduardo de la Barra Lastarria, hijo de Don Jose Maria de la Barra y Lopez de Villaseñor y de Juana Lastarria y Munizaga, nació en la ciudad de Santiago de Chile, el día 9 de febrero de 1839, en la calle Santo Domingo Nº 79.
La muerte prematura de su madre le obligó a
trasladarse a la ciudad de La Serena, donde su abue­la materna. A los catorce años viaja a Valparaíso, ingre­sando a los colegios Goldfinch y Bluhm, en donde se impregna de la cultura ingle­sa y, particularmente, de su rica tradición literaria. Más tarde, ingresa al Instituto Na­cional a estudiar Derecho, carrera que deja inconclusa para prepararse en matemáti­cas, titulándose, finalmente, como agrimensor en 1800.

Fue un hombre polifacéti­co por excelencia, destacán­dose en el ambiente cultural del Valparaíso de fines del si­glo XIX. Sobresalió, entre otras actividades, como polí­grafo, periodista, escritor, poeta, traductor, profesor, lingüista y político.

Sin embargo, su tarea prin­cipal la tuvo en la docencia y su obra maestra fue el Liceo de Valparaíso, que actual­mente lleva su nombre. Du­rante su rectoría aglutinó un conjunto de profesores, escri­tores, poetas, artistas y perio­distas, logrando transformar este Liceo en uno de los grandes centros culturales de Valparaíso. Una fraternal aco­gida le brindó a Rubén Darío, al arribar a Valparaíso, siendo éste un poeta pobre y desco­nocido. Lo estimuló y lo im­pulsó a editar "Azul", con prólogo suyo. Este libro pro­yectó al modernismo en el mundo de habla hispana. En­tre otras importantes activida­des docentes en el año 1878, Eduardo de la Barra, junto a un grupo de personalidades porteñas, creó el Curso de Leyes, que fue el primer an­tecedente de la futura Escue­la de Derecho del puerto. Se desempeñó también como profesor de la cátedra de His­toria de la Literatura en el Instituto Nacional (1876), profesor de Matemáticas en la Escuela Militar, Rector del Colegio Nacional del Rosario de Buenos Aires y Visitador de los Colegios y Escuelas Normales de San Luís, Men­doza y San Juan.

Como escritor destacó por su manejo del lenguaje, su estilo, su vena satírica, su fi­nura en su poesía lírica, en sus leyendas y fábulas, en sus polémicos versos de cir­cunstancia, en sus biografías, en sus traducciones, en sus ensayos sobre literatura mé­trica y lingüística. Fue un ver­dadero maestro estudioso y profesional de la métrica, materia en la que llegó a ser el mejor experto hispanoa­mericano de su tiempo. Su erudición le valió ser nombrado miembro de la Real Academia Española.


Utilizó el seudónimo literario de Rubén Rubí y Martín Tinguiririca. Entre sus obras litera­rias se destacan: "Poesía líri­ca", "Saludables advertencias a los verdaderos católicos y al clero político", "Francisco Bilbao ante la sacristía", "El radicalismo en Chile", "El te­niente coronel Fray Luís Beltrán", "Estudios sobre la cóle­ra", "Las razas andinas", "Es­tudios sobre versificación castellana", "Rimas chilenas", "Nuevos estudios sobre versi­ficación castellana", "Proble­mas de fonética resueltos se­gún un nuevo método", "En­sayos filológicos america­nos", "El endecasílabo dactílico", "El problema de Los An­des", "Cuestión de límites", "Cartas de un senador de la República", "Restauración de la gesta del Cid", "Sistema acentual castellano", "Crítica filológica, examen y refuta­ción de algunas teorías de D. Federico Harisen", "El libro del niño", "Tratado de orto­grafía reformada" "Restauración del Misterio de los Reyes Magos", "Literatura arcai­ca", "Estudios críticos", "Las lenguas celto-latinas", "Odas de _Horacio", "El embruja­miento alemán", "El cantar de las hijas del Cid", "La crónica rimada de las cosas de Espa­ña", "El poema_del__Cid reconstruido sobre la base de la antigua gesta", "Espagírica de la lengua castellana", "Pá­ginas escogidas", etc.

Entre sus múltiples desem­peños hay varios que no pue­den dejar de mencionarse, como son: Jefe de Sección del Ministerio de Hacienda (1864-1872), fundador del Cuerpo de Bomberos de Santiago, militante del Partido Radical, Secretario de la Exposición Internacional (1875), Encar­gado de Negocios en Uru­guay y delegado chileno al Congreso Pedagógico de Montevideo (1882), fundador del Circulo de Amigos de las Letras y Miembro Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua.
Fallecio en Santiago de Chile, el dia 9 de abril de 1900, a la edad de 61 años.

"El Mercurio" de Valparaí­so, con motivo de su muerte, le dedicó su editorial, donde en parte expresa: "Fue un campeón del progreso inte­lectual de Chile y del afianza­miento de los principios de tolerancia y de justicia, que baja a la tumba llevando sus sienes ceñidas con una rama' de laurel ganada en buena lid. Sea ella un estímulo para la juventud que se levanta viva como Eduardo de la Barra, que consagrara toda su vida a cuanto engrandece y dignifica a la patria".
Justo reconocimiento ciudad
ano, que hoy, a más de cien años de su deceso, recorda­mos como ejemplo de un esti­lo de vida digno de emular.




-